jueves, 16 de agosto de 2012

Si hoy el conocimiento constituye un capital clave para insertarse productivamente en la sociedad y desarrollar a plenitud todos los talentos personales, hay que garantizar a todos, especialmente a los más débiles y necesitados, las oportunidades educativas para que cada uno pueda responsabilizarse de sí mismo y realizar su misión en la vida. En general, la exclusión escolar reproduce y consolida la exclusión social. Son precisamente los alumnos que más necesitan de la escuela, los que no ingresan en ella, o los que la escuela abandona antes de tiempo, de modo que salen sin haber adquirido las competencias mínimas esenciales para un desarrollo autónomo. Las escuelas de los pobres suelen ser unas pobres escuelas que contribuyen a reproducir la pobreza. Si a todos nos parecería inconcebible que los hospitales mandaran a sus casas a los enfermos más graves o que necesitan cuidados especiales, todos aceptamos sin problema que las escuelas y colegios expulsen a los alumnos más necesitados y problemáticos y se queden con los mejores. Si educar es dar oportunidades para que todos, en especial, los más débiles, tengan acceso a una educación de calidad, es urgente que rescatemos el término calidad de las concepciones meramente eficientistas, calidad para la productividad y la eficacia, y lo entendamos en un sentido integral, calidad de la persona. Por ello, necesitamos una educación que, en palabras de Mounier, despierte el ser humano que todos llevamos dentro, nos ayude a construir la personalidad y encauzar nuestra vocación en el mundo. Se trata de desarrollar la semilla de uno mismo, de promover ya no el conformismo y la obediencia, sino la libertad de pensamiento y de expresión, y la crítica sincera, constructiva y honesta. Antonio Pérez Esclarín

miércoles, 13 de julio de 2011

Ser maestro es la profesión más importante y más digna



Antonio Pérez Esclarín
Centro de Formación P. Joaquín
de Fe y Alegría-Venezuela

Si ninguna otra profesión tiene, a la larga, consecuencias tan importantes para el futuro de la humanidad como la profesión de maestro, la sociedad debería abocarse a considerar esta profesión de un modo tan especial que los mejores ciudadanos la sintieran atractiva. Resulta muy incoherente alabar en teoría la labor de los maestros y maltratarlos en la práctica. La sociedad exige mucho a los maestros y les da muy poco. Se les exige incluso que tengan éxito en asuntos como la enseñanza de valores, en los que las familias, las iglesias y la sociedad han fracasado estrepitosamente. Conseguir un buen maestro es la mejor lotería que a uno le puede tocar en la vida. Todo el mundo desearía el mejor maestro para sus hijos, pero muy pocos quieren que sus hijos sean maestros, lo que evidencia la contradicción que reconoce por un lado la importancia transcendental de los maestros, pero por el otro, los desvaloriza y los trata como a profesionales de segunda o tercera categoría. Si queremos que la educación contribuya a acabar con la pobreza, primero debemos acabar con la pobreza de la educación y con la pobreza de los educadores.

Aunque resulta imprescindible, no es suficiente, sin embargo, pagar bien a los maestros para transformar la educación. Es urgente que, junto a esta política de remunerar apropiadamente a los educadores, emprendamos una verdadera cruzada formativa que transforme las prácticas de formación inicial de las universidades y pedagógicos y promueva la formación permanente en los propios centros educativos.

Una genuina propuesta formativa debe orientarse a formar la identidad y personalidad del educador, a proporcionarle herramientas y actitudes que le permitan y estimulen a seguir aprendiendo siempre, y lo capacite para ser un profesional de la reflexión, capaz de convertir el ejercicio de la docencia en una práctica de aprendizaje permanente.